Rudiger Dornbusch y Ricardo Caballero no han predicado en el desierto. Su audaz, provocativa y hasta denigrante propuesta/advertencia de que la Argentina, si quiere que la ayuden, debe aceptar que manos extranjeras se ocupen de controlar y supervisar el gasto público, la administración tributaria y la emisión de moneda, ha sido recogida por la líder de Unión por Todos, al menos en lo que al peso se refiere. Marco Rebozov, cabeza del equipo de economistas que formó la candidata a presidente Patricia Bullrich, califica de “humillante” la sugerencia de la pareja de economistas del Massachusetts Institute of Technology, pero la adopta en un aspecto esencial.
En un texto del 3 de marzo pasado, Dornbusch-Caballero sostienen que “un consejo integrado por experimentados banqueros centrales no argentinos debería tomar bajo su control la política monetaria del país. Esta solución tendría muchas de las virtudes de una caja de conversión (que no puede emitir pesos si no es contra la compra de dólares), sin los costos de tener que adoptar una política monetaria cortada a la medida de las necesidades de otro (alusión crítica a la dolarización). Los nuevos pesos no serían impresos en suelo argentino.”
El plan económico de la señora Bullrich, que quedará delineado en unas dos o tres semanas, propone, efectivamente, reimplantar la convertibilidad, pero no dándole este desprestigiado nombre. Habrá, sin embargo, alguna que otra diferencia. Por ejemplo, que las reservas que respaldarán a la moneda nacional estarán en otra parte, no en el BCRA sino probablemente en la banca central estadounidense, la Fed, o quizá también en el Banco Central Europeo. Son, en todo caso, aspiraciones que ya desalentó en su momento la Reserva Federal. ¿Pero qué se pierde con insistir?
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